alguien que me quiere mucho me trajo esta postal
A mí siempre me ha gustado sentirme extranjera en un lugar que, efectivamente, no conozco y quiero descubrir, aunque no me ha enorgullecido sentir que yo también formo parte de esa masa que hace que los precios se eleven y que los barrios se llenen de nuevas franquicias.
Una ciudad se vuelve desconocida cuando una no la anda en mucho tiempo, pero si además se recorre con el corazón roto se convierte en un lugar hostil. Eso es lo que pensaba que pasaría cuando volviera a pisar la ciudad en la que me enamoré una vez, en la que me compré una camiseta en la que se enuncia ‘alguien que me quiere mucho me ha traído esta camiseta de Gijón’ y en la que me pasé un año entero corriendo tras autobuses, entrevistando a turistas en verano y recorriendo cada una de sus esquinas. Creía que la hostilidad de esta ciudad que antes me recibía con los brazos abiertos residía en haber vivido en mis propias carnes el dolor de una ruptura, un desamor puro, pero resulta que detrás de ella está en realidad la ambición de convertirse en una atracción para el visitante, un ‘pasen y vean’ y compre y consuman pero solo aquello que abandonarán en un cajón al regresar a sus vidas.
Hace dos años bajó sus persianas ‘El patio de la favorita’ un local en primera línea de playa donde tomarte una cerveza estaba ligado en muchas ocasiones a escuchar algún concierto en vivo. ‘Sean buenos y sigan yendo a los bares con los colegas, escuchen música en directo y celebren la vida, que cada día es un regalo. Un beso a todos», rezaba el comunicado de despedida. En ese local íntimo en el que tuve alguna cita y conocí a un buen grupo de músicos se ha instalado un Ale-Hop lleno de baratijas y luces deslumbrantes a las que acuden algunos visitantes en busca de un abanico hortera.
A finales del año pasado la confitería Collada, junto al Pelayo, echaba el cierre, aunque a pocos metros hay otra tienda de souvenirs gastronómicos llena de gente. Ahora es un local vacío. Hace apenas un mes una de las cafeterías más céntricas de Gijón anunciaba su cierre junto a la apertura de un futuro Starbucks en el mismo local en el que he pasado mis horas de la comida y donde la camarera ya me conocía. Un local de 200 metros cuadrados que se convertirá en una multinacional más de todas las que parecen estar aterrizando en una ciudad llena de hamburgueserías modernas y tiendas de souvenirs y que suena a un ir y venir de maletas constante.
Dice Anna Pacheco en ‘Estuve aquí y me acordé de nosotros’ que ‘el turista (de clase trabajadora) ha viajado tradicionalmente para convertirse en otra cosa, para olvidarse de lo que es o para intentar descubrir de hecho quién es’. A mí siempre me ha gustado abrazar mi condición de turista, ya sea en Marruecos, Roma, Madrid, Salamanca o Llanes porque, tal y como explica Pacheco, me convierte en otra versión de mí misma. Una más relajada tal vez, o que está menos alerta, para la que comprar el imán más hortera de la tienda es su única preocupación. A mí siempre me ha gustado sentirme extranjera en un lugar que, efectivamente, no conozco y quiero descubrir, aunque no me ha enorgullecido sentir que yo también formo parte de esa masa que hace que los precios se eleven y que los barrios se llenen de nuevas franquicias. Siempre que viajábamos N decía que no quería ‘parecer turista’ (signifique lo que signifique eso) y aunque nunca le pregunté, creo que se refería precisamente a no parecer intruso en un lugar al que no perteneces y que, contra todo pronóstico, no te quiera ahí. Anna Pacheco dice que el turista viaja para sentirse alguien, creerse mejor, pero ¿cómo puede alguien sentirse bien cuando la ciudad que visita está perdiendo brillo precisamente por su culpa?
Paseando por Gijón después de meses sin pisarla me encuentro con una ciudad en la que me oriento pero que desconozco de repente. Esta tienda de complementos es nueva. Qué pena que cerró este restaurante al que nunca pude ir. No me suena ese bar. La floristería donde compraba ramos hechos con delicadeza sigue abierta. Y esa librería también. Al menos hay rincones que permanecen intactos ante la llegada de cruceros con mucho visitante que deja poco dinero en la ciudad, los check in constantes y el ruido permanente de las maletas.
Cuando tenía que entrevistar a turistas durante el verano las respuestas eran siempre las mismas. ‘Nos quedamos con la gastronomía y la cercanía de la gente’. ‘La gente es muy maja, muy agradable’. ‘La sidra es lo mejor’. ‘Volveremos, nos ha encantado’. ‘Elegimos venir por el tiempo, para huir del calor’. ‘Ojalá aguante el clima lo que nos queda aquí que nos han tocado días muy malos’. Respuestas vagas, embriagadas de esa felicidad y sinvergonzonería propias de quien tiene unos días para ser Alguien en un sitio en el que nadie le conoce. Todo personas que veían Asturias como un lugar exótico, ‘un paraíso’ lejano con playa, montaña y por supuesto muchísimos bares y fiestas de prao para dar rienda suelta a su nueva y caduca personalidad. Todos orgullosos de ser turistas. Ahora entiendo lo que decía N.
Ahora el AVE ha llegado, después de mucha promoción, muchos años de espera y muchos millones de euros, y Asturias está ‘en el mapa’. Un paraíso al alcance de tanta gente como dinero tengan sus bolsillos. Un oasis hecho a medida que ya se ha cobrado locales y propuestas culturales en pro de la foto de recuerdo, la experiencia única, la anécdota de contarlo antes que vivirlo. Gijón seguirá siendo una ciudad que acoge al turista ‘con los brazos abiertos’ mientras los barrios y los pequeños locales se ahogan. Aún así, siempre habrá un rincón acogedor para tomar un café con amigas, una sala para disfrutar de un concierto o una calle poco transitada donde darse un beso y caminar sin esquivar los miles de cuerpos de los que se compone esta ciudad cuando se acerca el verano.